Reseña de Pensadores griegos de Theodor Gomperz. EL PAÍS (Babelia, 6-1-2001) |
El
gran estilo de Theodor Gomperz
Aparecen
los tres tomos del gran estudioso sobre los pensadores griegos.
FILOSOFÍA. PENSADORES GRIEGOS. THEODOR GOMPERZ
TRADUCCIÓN DE C. G. KÖRNER, R. BUMANTI, P. VON
HASELBERG Y E. PRIETO.
Directores de la presente edición:
Jordi Cortés
Morató y Antoni Martínez Riu.
HERDER. BARCELONA, 2000. 3 Tomos
543, 686 y 574 PÁGINAS. 19.000 PESETAS.
CARLOS GARCÍA GUAL
Resulta sorprendente encontrarse
con esta famosa historia de la filosofía griega, que solíamos ver citada en la
bibliografía de los manuales como un clásico en su género, pero inencontrable
fuera de las bibliotecas universitarias. Escrita a fines del siglo pasado, en
tres tomos, que aparecieron entre 1896 y 1909, en Viena, obtuvo gran éxito de
público, y en 1912 ya estaba traducida al inglés, al francés y al ruso. Algo
más tarde se trasladó al italiano (1932‑1934), al hebreo (1931), y, ya
finalmente, al español, en 1951. (Se imprimió en Buenos Aires, para la
editorial Guaranía de Paraguay). Esa traducción, revisada y con algún añadido
breve, es la que ahora se vuelve a publicar, en estos tres volúmenes editados
elegantemente y muy bien encuadernados.
Leo, en la breve presentación de la edición actual, que Sigmund Freud, amigo de la familia Gomperz, recomendaba su lectura como uno de los grandes libros de su tiempo. No creo que fuera por un mero cumplido. Por su amplio horizonte, por su atractiva información y por su buen estilo expositivo, estas páginas merecían el gran aprecio de que gozaron. Incluso hoy su estilo expositivo, claro tanto en la evocación de las aventuras intelectuales helénicas como en la presentación de las ideas y los pensadores, las rejuvenece e invita a una lectura amena y de provechosa reflexión. Escritos en la última etapa de una larga vida, sus capítulos conservan una admirable lucidez intelectual y un tono narrativo muy personal en sus enfoques y comentarios. Gomperz no escribe para sus colegas, sino para el lector culto de la época, y lo hace con una soltura muy distante de la habitual pedantería gremial; soltura que en buena parte es producto de su larga frecuentación de los textos antiguos, pero también de su propio talante. El hecho de que fuera un tenaz admirador de John Stuart Mill, a quien tradujo largamente y al que seguía citando en sus notas, es un hecho significativo. Indica su simpatía por el pensamiento liberal y progresista, pero también un talante atento a los estudios modernos de sociología, muy propio de un profesor acomodado en la brillante atmósfera vienesa de fin de siglo, y, por lo demás, con mucho oficio filológico a sus espaldas.
Nacido en 1832 (en Brünn, hoy
Brno), Theodor Gomperz se acreditó como filólogo con la publicación de los
papiros herculanenses en sus Herculanische
Studien (en dos tomos, en 1865). Mostró pues muy pronto su dominio
profesional de las técnicas filológicas más arduas, y un vivaz interés en la
recuperación de esos textos epicúreos. Escribió sobre los fragmentos de Epicuro
y de otros filósofos, y de los trágicos y algún texto médico, y comentó y editó
muy bien la Poética de Aristóteles.
Es decir, fue un filólogo y un historiador de la filosofía griega a la par, con
una afición pronunciada por la edición de textos y de fragmentos. Esa apertura
se ve reflejada en su obra, la familiaridad con los textos es lo que le permite
esa soltura tan personal en sus enfoques y ese estilo distendido y ensayista a
que ya he aludido. Y, por otra parte, esa atención a los contextos en que se
inscriben los pensadores caracteriza su perspectiva. Le aleja de una rígida visión
hegeliana‑ y de la presentación esquemática tópica que inserta a los
filósofos en una áspera ristra de figuras abstractas del pensar, para darles
vida y pasiones y carácter como individuos de una época.
Pensadores griegos viene a situarse cronológicamente entre los grandes tratados sobre
filosofía griega de E. Zeller (hacia 1840) y de W Jaeger (Paideia, 1933‑1942),
casi equidistante de uno y otro. Pero, por su espíritu, está cercana a la
perspectiva más literaria de otros autores, como el británico G. Grote o el
alemán W Nestle, cuya Historia del
espíritu griego (1944) parece respirar la misma aireada y cálida atmósfera
en su reflexión sobre el desarrollo del pensamiento permeado por la historia de
la cultura, al modo como la planteaba Gomperz. Eso puede verse de modo muy
significativo en capítulos como los dedicados a los primeros historiadores, o a
los médicos, o a los sofistas (a los que reivindica en contra de la imagen
difundida por Platón, con un sentido muy moderno), o a los cínicos, a la vez
que en sus tratamientos de las figuras mayores de la famosa galería de
retratos. Enormemente sugestiva es también su presentación de Aristóteles, de
quien subraya su grandeza y la amplitud
de sus saberes, a la vez que toma nota de algunos de los errores en su
investigación multidisciplinar y analiza a fondo su horizonte crítico, sin
olvidar la importancia de su legado en la tradición posterior.
El título mismo de Pensadores griegos es significativo.
Parece insistir en la decisiva impronta personal de los pensadores, en sus
circunstancias vitales irrepetibles, en la tradición reflexiva y el dinamismo
crítico de ese progreso del saber, conquistado gracias a individuos muy
singulares. Si hoy queremos ponemos al día en la historia filosófica griega,
con bibliografía actualizada y con referencia a los comentaristas recientes,
deberemos consultar, como última gran panorámica, la precisa y documentada Historia de la filosofía griega, de W K.
C. Guthrie (en seis tomos; traducidos en Gredos, 1990‑1995). Pero para
comprender ese proceso filosófico no vendrá mal una meditación de estas páginas
tan amenas, sagaces y sugerentes. A diferencia de lo que ocurre con la historia
de un saber técnico, en la del filosofar antiguo importa menos la actualidad de
los datos que la interpretación de esa progresión histórica. Aquí el informe
más reciente no invalida los anteriores, ni la actualización de algunos datos
oscurece una perspectiva bien iluminada. Aquí el estilo literario resulta
definitivo, a la hora de mantener la vigencia del relato y su valor para una
reflexión posterior. Y eso es lo que salva bien, creo, a casi un siglo de
distancia, esta obra de Gomperz: su estilo terso y vivaz en la narración, su
personal talento para evocar y analizar esa larga
aventura intelectual de los griegos, de tan honda resonancia.
EL PAÍS (Babelia, 6 de enero de 2001)